El caso del Mary Celeste, un bergantín de bandera estadounidense cuya tripulación desapareció sin dejar rastro en el Atlántico entre noviembre y diciembre de 1872, constituye uno de esos grandes enigmas relacionados con el mar y la navegación marítima nunca resueltos.
Al mando del capitán Benjamin Spooner Briggs, que viajaba junto a su esposa, su hija, de dos años de edad, y siete marineros, zarpó desde el puerto de Nueva York rumbo a Europa el 7 de noviembre de 1872.
Casi un mes más tarde, el 4 de diciembre de 1872, la nave, que transportaba en su bodega 1.701 barriles de alcohol industrial con destino a Génova (Italia), fue hallada completamente abandonada muy cerca de las Azores por otro buque, el Dei Gratia, que capitaneaba David Reed Morehouse, amigo de los Briggs.
Después de comprobar que en el Mary Celeste no había ni un alma, Morehouse dio orden a algunos de sus hombres para que arreglasen los aparejos de aquel velero encontrado a la deriva, que estaba en condiciones de navegar, y lo trasladaran al puerto británico más cercano, que dada su posición, era el de Gibraltar, a fin de obtener el importe del rescate, un porcentaje de su valor y el valor del cargamento, según lo contemplado en las leyes marítimas internacionales.
Una vez puesto a buen recaudo el bergantín, y entregado a la autoridad, el capitán Morehouse reclamó la indemnización que le correspondía por el salvamento ante la Corte del Vicealmirantazgo y como consecuencia de ello se abrió una investigación, de la que se hizo eco la prensa más importante de la época. Un proceso que más que lograr el esclarecimiento de los hechos lo que consiguió fue dar pie al nacimiento de la leyenda, una de las más célebres, por cierto de la historia, con barco fantasma o maldito como protagonista.