Al cabo de diez años

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Son tiempos de cambio, en el Estado Español, en el País Vasco, en Bilbao, son tiempos de cambio, y buen testimonio de ello son las vidas de los cuatro chavales que una instantánea fotográfica ha captado en 1973 bajo la Cruz del monte Gorbea, símbolo emocional de lo vasco. Es un adelanto simbólico de lo que nos espera en las páginas del libro. Esos chicos prometieron verse diez años después, saber de sus vidas cuando fueran diez años más viejos, una curiosidad propia de la juventud, de la impaciencia por vivir, algo que todos hemos sentido probablemente, qué será de mí dentro de diez años, es cuando una generación deja paso a otra en la vanguardia de la sociedad en la que vivimos. En 1979 el narrador recoge a los personajes, que se han convertido en prototipos de la diversidad política y social vascas. Ya no son amigos, cada uno eligió su camino, todo parece indicar que estos chicos no acudirán al reencuentro que se prometieron. Están demasiado alejados el uno del otro, políticamente, socialmente y en lo personal; incluso existe una distancia física aparentemente insalvable en alguno de los casos. No parece que sus vidas vayan a cruzarse nunca jamás, sin embargo la vida es siempre incierta. Los jóvenes irán apareciendo a lo largo de la novela: Joxe Mari Uribe, Txema, tiene una gran sensibilidad poética, vocación de periodista y milita en la izquierda abertzale, pero su presente está marcado por el recuerdo obsesivo de Luisa, quien fue amiga y pareja de Jon Olabarria, otro de los chicos de la foto; pasó unas vacaciones con ella en un momento de ruptura sentimental con Jon, pareja de ella y amigo de él. ¿Es aquella chica la responsable de su evidente desequilibrio? Es difícil saberlo. Jon Olabarria también está marcado por la separación de Luisa. Luisa es un personaje secundario, pero con un gran peso en la historia. Él es un joven de firmes convicciones pacifistas en un entorno, el vasco, que se halla en una situación de extrema violencia; precursor del movimiento Gesto por la Paz, un movimiento que se creó para rechazar la violencia, viniera de donde viniera, mediante concentraciones silenciosas cada vez que se producía un acto violento. Joxean Ortiz de Tejada, a quien vamos conociendo a través de Amaia, y la relación epistolar de ambos, es un miembro de ETA huido a México; finalmente regresará, valiéndose de la amnistía de 1978. Un guerra sucia le espera ahora. Roberto Morte es el verso libre de la sociología vasca, es un camello que se mueve entre Bilbao La Vieja y el Casco Viejo bilbaíno, utilizando la violencia como instrumento de trabajo; ha transformado su vida tranquila de barrio, junto a su abuela, en una guerra constante. Son los momentos del gran consumo de droga en el País Vasco postfranquista. La política no le importa nada. En la fotografía parece haber una quinta persona, otro joven, suponen, no se le ve bien debido a la niebla, ni siquiera saben si está con ellos, lo que sí hay seguro es una quinta firma en el reverso. La averiguación de su identidad se convierte en una obsesión casi patológica para alguno de los jóvenes. En la narración hay flash-backs de los protagonistas que nos llevan a sus otras vidas, a sus amores, a sus pasiones, a sus sueños de otro tiempo, a sus frustraciones. Paralelamente a la vida de estos chicos, convertidos ya en hombres, se van sucediendo una serie de acontecimientos políticos que marcan la historia del postfranquismo inicial en el País Vasco, así veremos a lo largo de estas páginas atentados, capítulos de la guerra sucia del Gobierno Español contra ETA y su entorno, manifestaciones, y un incipiente movimiento por la paz. Todo ello narrado desde el corazón de un Bilbao postfranquista, postindustrial, gris, triste, anterior al Guggenheim y a toda su refulgencia posterior. Narración dura, cruda, con dosis, en contraste, de fina ironía junto a un despiadado sarcasmo.

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