Los años nos dejan lecciones. El nacimiento es un acontecimiento extraordinario; la muerte, un enigma. A lo largo de la vida nos enfrentamos a resultados inesperados, algunos de los cuales no tienen explicación. La cosecha de los frutos sembrados en la juventud nos permitirá tener paz para enfrentar la temida vejez.
En los caminos de la vida, pasamos de la alegría a la tristeza, del afán a la pasión. Vivimos de prisa, en esta vida corta y hermosa que, al final, nos reclama por los maltratos dados. El desamor es la consecuencia de haber desperdiciado oportunidades mal orientadas.
Vivir es sentir, es encontrar la felicidad, disfrutar del reconocimiento en una sociedad que busca identidad, preguntándose si esta vida es merecida o malgastada.
Al final, la vida nos presenta el balance de nuestros actos. Los caminos que elegimos influyen en las postrimerías de nuestros días. El dolor de un balance negativo nos hace sentir fracasados, y con ansiedad deseamos recuperar los momentos desperdiciados. Con el alma llena de lágrimas, imploramos otra oportunidad, quizás para comenzar de nuevo. Pero en la angustia, sentimos que es imposible. No queda otra solución que resignarse ante la pérdida de la mejor oportunidad que nos otorga el Creador: la vida.